Fuí a comer una noche, a la casa de una amiga. Supimos ese día que ibamos a coincidir en Kioto (nunca nos dimos cuenta cuánto…). Para el café, sacó a pasear sus tacitas, pintadas a mano, eran de su tía, japonesas. El café tuvo otro sabor. Nos despedimos y me fui.
Esa noche se le resbaló de las manos mientras la lavaba.
Fue así como viajo conmigo entre almohadones y en una caja. Fué el primer arreglo que hice en Kioto.
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